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3.- El compromiso.

Adquirir el compromiso psicológico (lo ha tratado muy bien A. Beck). En primer lugar hay que ‘quemar las naves’: determinarse a mantenerse en la relación a pesar de los desengaños y dificultades. Busco lo positivo y no lo negativo; no tengo miedo al desengaño ni a la vulnerabilidad (¡todo amor es vulnerable!: el que no quiera sufrir, que no ame). Si no procedo así: provoco lo que me asusta, porque estoy más atento a los defectos y comparo... hasta que encuentro. ¡Sin reservas! “El esfuerzo y las energías que se invierten en la construcción de una nueva relación serían más que suficientes para devolver la vida y entusiasmo a la ya agotada relación existente (…) Podría ser éste el sentido de un matrimonio maduro y su dulzura: estar juntos para seguir ‘creándose’ mutuamente.” (Marta Brancatisano, La Gran Aventura, 146).;

Orientar el compromiso. Mi compromiso es con la felicidad del otro, no con la mía. “Curiosamente, la puerta de la felicidad no se abre hacia dentro”; quien se empeña en empujar en ese sentido sólo consigue cerrarla con más fuerza; “la puerta de la felicidad se abre hacia fuera”, hacia los otros (Kierkegaard/Melendo). Empeñarse en la propia felicidad es billete seguro a la frustración, a la depresión. La felicidad es como el sueño en una noche de insomnio: cuanto más se concentra uno en aprehenderlo, más esquivo se hace. Sin embargo, si uno se olvida, se levanta, lee…, entonces, es más probable que el sueño acuda. La felicidad igual: uno no va al matrimonio para ser feliz, sino para hacer feliz, y es entonces cuando encuentra la felicidad, porque a nadie se le oculta que si la única o la primera felicidad que buscamos es la nuestra, no amamos al otro, sino a nosotros mismos, cosa, por otra parte, bastante natural. Amar a los demás requiere esfuerzo. Pero es un esfuerzo muy bien remunerado: olvidarnos de nuestra felicidad tiene como recompensa esa misma felicidad: ¿una extravagancia de nuestra humana naturaleza? Por el momento, un dato de la experiencia.

Actualizar el compromiso. Elijo cada día a los que amo (Tomás Melendo: hacer del amor biológico, amor de elección) “Elegir a alguien es preferirlo, destacarlo sobre los demás, aprobarlo interiormente. Por eso es bueno tener un modelo previo, para aproximarnos a aquello que vamos buscando. También el amor del flechazo es electivo, lo que sucede es que va más deprisa.” (Enrique Rojas, “El amor inteligente”, 227). Por esta razón, cada noche tendría que poder contestar afirmativamente a estas dos preguntas: ¿la he querido hoy? ¿Lo ha notado?

Tertulia Javier Vidal-QuadrasPersonalizar el compromiso: que no es con el amor, sino con la persona amada. Para ello hay que adquirir conciencia de la recíproca diversidad (Melendo). Aunque “para saber estar con alguien hay que saber estar primero con uno mismo.” (Enrique Rojas, “El amor inteligente”, 221); pero nunca hemos de olvidar que seguimos siendo dos, y aceptándolo en toda su profundidad, hemos de ver en ello una riqueza y la garantía de que nuestro amor pervive, pues lo hará en la medida en que él o ella siga siendo, tenga entidad propia de la que podamos seguir enamorados: “si mi marido se anula, ¿qué es lo que me queda para amar? (…) Los dos que desean fundirse en un nosotros siguen estando vivos y coleando, con toda la fuerza centrífuga que hay en su naturaleza (…) Lo que se pierde concretamente (la elección de las vacaciones, el gato, el coche nuevo, la disposición de los cuadros en el salón… no te rías, son pequeñas cosas importantes porque en ellas se materializa diariamente esa cosa sublime que es el amor) o lo que se está dispuesto a aceptar (la antipatía del otro por la suegra, su indiferencia por nuestra afición preferida, su dificultad por integrarse en el círculo de nuestras amistades, su pasión por la montaña cuando a nosotros nos encanta el mar), si se hace por amor, se traduce en un enriquecimiento personal que revierte en energía en la relación.” (Marta Brancatisano, La Gran Aventura, 109). “El regalo más precioso que me hizo el matrimonio fue el de brindarme un choque constante con algo muy cercano e íntimo pero al mismo tiempo indefectiblemente otro y resistente, real, en una palabra” (C.S. Lewis).

Mimar el compromiso. Una vía, entre muchas otra que no hay tiempo de tratar, es la que propone Beck: establecer la presunción de inocencia que evita esa tendencia tan innata y tan insidiosa de hacer siempre al cónyuge responsable de lo que nos sucede “aun cuando sus acciones estén equivocadas y me haya hecho daño, supongo que tiene buenas intenciones y no quiere herirme” (Beck).

Nacido el amor, descubierta su naturaleza y comprometido su cuidado, el siguiente paso es no engañarse y conocer, en la experiencia ajena, el recorrido más habitual de su existencia.