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El nacimiento del amor

El amor nace, de ordinario, sin que nos apercibamos de su verdadera naturaleza. No siempre profundizamos lo suficiente sobre la condición del amor y no penetramos en él, ni siquiera atisbamos su entera realidad y, muchas veces, nos quedamos en lo más epidérmico. Como la voluntad suele moverse hacia los bienes que la inteligencia le presenta como tales, esta falta de comprensión de lo que verdaderamente es el amor hace que muchos no alcancen su verdadera esencia y habiten en los primeros niveles del amor, claramente insuficientes para colmar los anhelos más profundos del alma humana. Por eso, con la brevedad que impone el tiempo disponible, vamos a adentrarnos en la naturaleza del amor conyugal, (i) viendo primero cómo nace el amor; (ii) descubriendo después su esencia con el impulso del primer enamoramiento; (iii) haciéndolo vida y compromiso; y (iv) conociendo las fases por las que atraviesa y las actitudes más convenientes para su desarrollo y refuerzo.

 

1.- El nacimiento del amor.

Con mayor o menor intensidad, extensión y conciencia, todo amante recuerda las siguientes fases en el nacimiento y afirmación de su amor:

Tertulia Javier Vidal-QuadrasFase de atracción física (me gusta). Sensación. Su mayor peligro es la cosificación de la persona: quien se instala en ella desea sólo aquello que le causa placer, instrumentaliza al otro y lo cambia cuando ya no le proporciona el placer que busca.

[Excursus: El pudor según K. Wojtyla (en parte).
El pudor está presente en el hombre porque tiene intimidad. Tiende a ocultar hechos exteriores o estados interiores. Pero este disimulo no está directamente vinculado a algo malo (hay quien, por pudor, disimula lo bueno). No es, pues, primariamente moral, sino que se vincula a la experiencia de no querer exteriorizar lo que ha de permanecer oculto en la intimidad de la persona. El pudor, eso sí, es el germen de la castidad.
Pudor sexual: respecto de las partes y órganos que determinan el sexo. Para evitar que el otro confunda lo que ve con  lo que soy: mi cuerpo es más que mi cuerpo, pretende decir el pudor.
Su primera manifestación es el vestido, que tiene que ver también con la manifestación de  mi personalidad, que se expresa en la forma de vestir, que individualiza mientras que la desnudez estandariza hasta hacer desaparecer la individualidad. Pero pudor no se identifica con vestido ni impudicia con desnudez, pues el vestido puede servir tanto para ocultar como para evidenciar los valores sexuales (Madona). Una mujer desnuda que posa para un artista no experimenta pudor, pero si dos jóvenes se asoman a la ventana, siente vergüenza. La desnudez puede cumplir una función objetiva (que el médico me reconozca, unión con mi esposo…) y solo se convierte en impúdica cuando aquella desaparece.
Naturalmente, el pudor es educable. En distintas culturas hay distintas vivencias del pudor. Hay que aceptar que hay una cierta relatividad en la definición de lo impúdico. Sin embargo, el impudor mismo no es relativo, pues lleva a cabo una despersonalización por la sexualidad, que aparece groseramente estándar e indiferenciable. El pudor oculta los valores sexuales para no convertir el cuerpo en mero objeto de placer, en instrumento a disposición del otro, con la degradación que ello supone.
Conviene aquí evitar los extremos, que pueden llevar al pansexualismo de cierta cultura actual o a la pudibundez de ciertas aproximaciones meramente formales y reglamentistas.
La vivencia del pudor en el hombre y en la mujer.
Se da aquí una paradoja grande:
El varón tiene una sensualidad más fuerte y acentuada. Percibe los valores sexuales muy corporalmente y los experimenta de manera más instintiva e impetuosa. Es más vulnerable a ver el cuerpo de la mujer como mero objeto de placer. Al mismo tiempo, siente vergüenza por esta tendencia más instintiva que le cuesta controlar.
La mujer experimenta una sensualidad más afectiva, menos corporal, más espiritual, si se quiere. Percibe más los valores personales que los sexuales.
Curiosamente, al no encontrar en sí misma una sensualidad tan fuerte como la del hombre, la mujer siente menos necesidad de esconder su cuerpo, objeto de posible placer, porque le cuesta más concebir la contemplación de un cuerpo desprendido de la persona, del espíritu. Paradójicamente, la mujer, siendo originariamente más casta, le resulta más difícil vivir la experiencia del pudor.
El problema que existe hoy día procede, en gran parte, del abandono de la educación en el pudor a nuestros adolescentes. Las jóvenes no conocen la psicología sexual masculina y viceversa, de modo que al varón no se le enseña que la vivencia de la sexualidad por la mujer exige que él aprenda a integrar la sensualidad en la afectividad, y a la mujer no se le explica que el varón difícilmente verá afectividad en las demostraciones de sensualidad.
Edith Stein: Yo pienso que la relación entre alma y cuerpo no es completamente la misma, que la unión natural al cuerpo es de ordinario más íntima en la mujer. Me parece que el alma de la mujer vive y está presente con mayor fuerza en todas las partes del cuerpo y que queda afectada interiormente por todo aquello que ocurre al cuerpo”.
El pudor, en definitiva, abre el camino al amor porque revela el valor de la persona más allá de sus valores sexuales y embebe estos en una realidad superior.]


Fase de enamoramiento (qué bien se está con ella). Sentimiento, afectividad. Se da la sintonía de caracteres; se va descubriendo la persona del otro. Su mayor peligro consiste en confundir la persona amada con el sentimiento que provoca. Quien habita en este ámbito se enamora de su propio enamoramiento, de la sensación de estar enamorado, de modo que, igual que en la anterior, cuando deja de sentirse enamorado, piensa que el amor se ha extinguido y se ve impulsado a sustituir al amado y cambiarlo por otro que le haga sentir lo que ya no siente.

Tres razones por las que el enamoramiento no es aún verdadero amor (Gary Chapman):
- No es un acto de la voluntad ni una decisión consciente.
- No requiere esfuerzo (el tiempo, el dinero, los regalos, los proyectos…, nada cuesta esfuerzo en este período.
- No está interesado en el auténtico crecimiento personal propio ni del otro, al contrario, nos da la falsa sensación de que ya hemos llegado, de que no puede haber nada mejor y de que nuestro amado o amada es perfecto y siempre lo será… No me pongo a su servicio, no doy ni pido evolución, progreso. Si cambia…, todo cambia.

Fase de la voluntad (la quiero y quiero quererla). Plenitud: sentimiento y decisión. Descubre la persona amada, conoce sus defectos y los acepta, la quiere y quiere que sea y que sea más, lo mejor que pueda. Se entrega. Decide comprometerse, no porque ama, sino porque quiere amar; no se casa por amor, o no sólo por amor, sino para amar

“Cuando la voluntad quiere lo que el enamoramiento le propone, entonces nace el amor” (Manglano).

Esta voluntad ha de optimizar los sentimientos, es decir, dirigirlos al amor, provocarlos cuando languidecen e invocarlos una y otra vez. Es muy importante acceder a la tercera etapa, única respetuosa con la dignidad humana, que asegura lo constitutivo del amor: la entrega. Ahora bien, la voluntad que decide amar ha de ser una voluntad libre.

Tertulia Javier Vidal-QuadrasNo hay amor sin libertad: “La persona que no ha hecho operativa su libertad, extendiendo el imperio de la voluntad y del entendimiento al resto de sus facultades y potencias, la persona dominada por las pasiones, por el ambiente, por los vaivenes de un humor incontrolado, esa persona, si no lucha por dominarse, es incapaz de amar. Sólo quien ejerce el señorío de su propio ser puede, en un acto soberano de libertad, entregarlo plenamente a los otros, al hombre o mujer elegidos, a quien haya hecho objeto de sus amores” (Melendo, Ocho lecciones sobre el amor humano).

El matrimonio es para personas libres, capaces de poseerse a sí y a su futuro y entregarse para siempre a otra persona. Una libertad que se hace deuda, “deuda de amor” (Hervada), “justicia enamorada” (Melendo), porque quiere, porque le da la gana.

Uno de las grandes dificultades de los jóvenes de hoy es su incapacidad de amar: no se han negado nada, no saben lo que es la entrega, no saben apartar el yo y ponerlo entre paréntesis y, aunque quieren, no pueden amar, son esclavos de sus tendencias.

“Promesa” de amor, no pacto, porque la promesa es: futura (anticipa una decisión: ¡siempre te volveré a elegir!), desinteresada (espontánea y a cambio de nada) e incondicionada (se compromete de un modo tal, sin condición).

“La promesa nace del amor, el convenio del interés (…) quienes han de recurrir al pacto no han sido aún capaces de elevarse hasta el amor (…), hoy en día es frecuente una versión débil y pactista del amor, que consiste en renunciar a que no se pueda interrumpir. Este modo de vivirlo se traduce en el abandono de las promesas: nadie quiere comprometer su elección futura, porque se entiende el amor como convenio, y se espera que dé siempre beneficios.” (Yepes)

Sólo cuando el sentimiento es optimizado por la voluntad libre que decide amar para siempre, puede decirse que el amor impera: “Ningún niño cree ya en las cigüeñas, pero sigue habiendo muchos adultos que creen en los matrimonios afortunados (…) entre la realidad de un nacimiento y el vuelo de las cigüeñas existe la misma relación que entre la suerte y el matrimonio: un abismo.” (Marta Brancatisano, La Gran Aventura, 115)

Ahora bien, como decía al principio, el nacimiento del amor, aunque cumpla las tres etapas que lo integran, no asegura su intelección, su comprensión cabal; menos aún su permanencia, su conservación y su crecimiento. El sentimiento y nuestras tendencias pueden difuminar aquello que tan claro veíamos al principio. Conviene no engañarse sobre el conocimiento de la realidad, y adaptar a ella nuestras facultades, tendencias y sentimientos, porque aunque nosotros la percibamos de una manera, las cosas siguen siendo lo que son y acaban mostrándose con todo su realismo (Yepes, Fundamentos de Antropología). Hay que descubrir el amor (que no inventarlo ni reinventarlo en función de nuestras propias apetencias)…, aun después de instalarse en él, de la misma manera que uno va descubriendo y ahondando en todas las realidades en las que vive: familia, hijos, profesión, cultura, país, sociedad…